LAS MÁSCARA NEGRAS DE MARINA ARRATE

Por Cristian Gómez Olivares

 

Marina Arrate (Osorno, Chile, 1957) publica su primer libro – Este Lujo de Ser – en mil novecientos ochenta y seis que, en su país natal, que es también el mío, se conoció como el «año decisivo». La etiqueta fue acuñada por el Partido Comunista, como parte de su estrategia insurreccional en contra de la dictadura pinochetista. El 7 de septiembre, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, el «brazo armado del pueblo», ya que estamos con las frases rimbombantes, perpetraría una ataque contra la comitiva presidencial, en la que se movilizaba Pinochet por las afueras de Santiago.

Lamentablemente no se logró el objetivo, asesinar a esa basura que no merece que lo sigamos nombrando aquí, pero las consecuencias fueron, fundamentalmente, dos: una cruenta represión, por una parte, que en las noches que siguieron al atentado terminó de manera sumaria con la vida de varios opositores al régimen, y por otra, la tensión interna en la oposición política al régimen, que a partir de entonces buscaría formas institucionales de terminar con la dictadura (formas que desembocarían en una negociación donde el statu quo se mantendría intacto).

Es en ese contexto de escritura donde la generación literaria a la que pertenece Marina Arrate (y otras y otros como Eugenia Brito, Soledad Fariña, Andrés Morales, Rosabetty Muñoz, Gonzalo Muñoz, Carmen Berenguer, Raúl Zurita, Thomas Harris y Rodrigo Lira, entre muchos otros) había dado o comenzado a dar sus primeros pasos. Con el fardo a cuestas de un país que se veía literalmente subyugado por la bota militar y el incipiente experimento neoliberal, estos poetas estaban, por otra parte, atentos a una tradición literaria que expandía su radio de alcance mucho más allá de Neruda y Mistral, sino que sentía fuertemente los efectos de otras voces como Nicanor Parra y la antipoesía, pero también la cada vez más influyente obra de Gonzalo Rojas, que recién en 1981, con Del Relámpago, publicaba su cuarto libro de poesía luego de cuatro décadas de escritura. Lihn era uno de los pocos que había permanecido en Chile y su figura se acrecentaba en la cercanía, la crítica y el diálogo.

Así las cosas, cuando en mil novecientos noventa aparece Máscara Negra, nos encontramos con una situación política – el fin de la dictadura, la llegada de la democracia – que generó muchas más expectativas de las que fue capaz de cumplir. Sin embargo, este segundo libro de Marina Arrate anunciaba una nueva etapa que sólo diez o quince años después, si no más, comenzaría a hacerse patente en el país. Porque es importante constatar lo obvio, pero también hacer una distinción, no por sutil, menos importante: la poesía de mujeres en Chile llevaba décadas peleando por lograr la visibilidad que le corresponde. Desde Gabriela Mistral, e incluso antes, la poesía de mujeres había existido. Y a pesar de distintas formas de exclusión que sería lato detallar aquí, había conseguido deslindar un discurso propio. Máscara Negra forma parte preferente de este corpus y es imprescindible destacar su pertenencia.

No obstante ello, estos poemas de Marina Arrate van mucho más allá. Creo que donde realmente Máscara Negra se muestra como un libro que me atrevería a llamar fundacional, es al poner en cuestión de modo explícito las construcciones de género. Al subrayar la artificialidad de lo que se supone natural, de aquello que se asume como dado, estos poemas nos invitan a trascender el tono meramente reivindicativo para adentrarnos en una exploración de esa performance del género. Recordemos que este libro se publica en una época en que Pedro Lemebel todavía firmaba como Pedro Mardones, donde Pinochet anunciaba que no le tocarían a ninguno de sus hombres y la ley de divorcio en Chile todavía era un anhelo que tardaría años en cristalizar. De ahí el carácter pionero de este libro. La virtualidad de la experiencia era un tema que otros poetas estaban tratando al mismo tiempo, como Thomas Harris y Alexis Figueroa. Pero nadie había puesto el acento como Marina Arrate en la performatividad del discurso en torno a la constitución de la mujer como sujeto.

En este sentido, el lector reparará por su propia cuenta en el tono impersonal que predomina en los primeros poemas, como si el recubrimiento con maquillaje de la piel fuera un acto involuntario, o por lo menos debido a terceros. En el condicional que a continuación rige a varios de los poemas, creemos ver el estado en potencia del deseo, nunca del todo realizado. Espectáculo que supone un escenario que no sólo es el espejo, sino también la página en la cual se despliega la prudencia de escribir e inscribir (dejar constancia, anotar el registro) los contornos de ese objeto del deseo.

Creo que Máscara Negra se lee cada día mejor. Amplía su registro escritural y semántico en tanto se acrecienta su número de lectores. Esperamos que los que ahora vengan se sumen a este ritual, a esta celebración.

 

Prólogo a la publicación de Máscara Negra en Ediciones Liliputiences, Isla de San Borondón, Extremadura, España, 2017.


 

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